Este abril inauguramos la exposición ‘Pulp en la Scifi’ en el Centre Cívic el Coll (antigua sede de la Bruguera), y queríamos hacer una breve introducción a modo de invitación para todo aquel enamorado/a de la scifi que quiera pasarse y echar un ojo. O venir a criticarnos descarnadamente, que es deporte nacional después de todo.
La palabra ‘pulp’, empleada para nombrar a las revistas de bajo presupuesto que se popularizaron durante el segundo decenio del s. XX, se refiere al material con el que estaban hechas, la pulpa de madera. La razón de que se usara este material era su bajo coste.
Lo curioso de este nombre es que no hace referencia al contenido o estilo del producto, como podría suceder con el Gótico de Poe o el Naturalismo de Goethe, sino a la forma de producción. A los editores ya no les interesaba acceder a un público exigente que concebía la literatura como una vertiente intelectual reservada para unos pocos; ahora estaban llegando a las masas, estaban empezando a producir ‘fast stories’, con el único objetivo de entretener.
Por lo tanto, no ha de sorprendernos el perfil que adoptan este tipo de revistas: un formato de ‘usar y tirar’, adornado con portadas de colores vibrantes y primarios, historias de evasión, y, según se dice, poca calidad artística. Sin embargo, resultaría muy difícil encontrar una sola historia actual dentro del espectro comercial que no le deba su existencia a la Edad Dorada de la ficción.
Indiana Jones, Star Wars, Piratas del Caribe… incluso los superhéroes más queridos, como el Hombre de Acero (Superman) nos remite a un personaje anterior, el Hombre de Bronce (Doc. Savage). La forma de tratar la ficción que hoy en día damos por supuesta tiene su origen en esta época. Grandes nombres de la literatura posterior empezaron sus carreras escribiendo para la Amazing Stories, la Astounding o para Weird Tales. Entre ellos se encuentran Asimov, Ray Bradbury, E. R. Burroughs o Robert A. Heinlein.
Para sobrevivir, estos escritores debían producir mucho y muy rápidamente, pues se pagaba muy poco por palabra (y eso, cuando se cobraba. Es sabido que H. Gernsback, el primer editor de una revista dedicada exclusivamente a la scifi, inventaba excusas para no pagar a sus escritores, y cuando lo hacía, el dinero siempre llegaba tarde y en cantidades ínfimas). A pesar de eso y de que la competitividad era feroz, pues de repente se necesitaban hordas de escritores capaces de llenar un cupo que pasó a ser periódico, durante estos años se configuró, no sólo una nueva forma de producción, sino también un nuevo género (la ciencia ficción), y se creó, especialmente en EEUU, una interesantísima comunidad de autores que trabajaron codo con codo para establecer las bases de lo que sería la Edad de Plata de la ciencia ficción.
Estas historias pueden parecernos naïve, pueden parecernos excesivamente simples, e incluso discutibles a nivel de discurso, en cuanto a que se dedican en cuerpo y alma a exaltar el espíritu individualista del héroe convencional, siempre blanco, fornido y sujetando una escopeta; sin embargo, desprenden una frescura que ha sido olvidada e incluso rechazada por los escritores actuales, que desconfían irremediablemente de cualquier tipo de institucionalidad. Porque los autores pulp fueron los primeros en hacer lo que estaban haciendo, porque no les quedó más remedio que dejarse llevar por la imaginación (en muchos sentidos, eran los primeros en hacer lo que hacían), y porque su misión era la de contener a un público desesperado por evadirse de un contexto enmarcado por dos Guerras Mundiales y una crisis económica (crack del 29) que dejó a la mayoría de la población sumida en la más absoluta pobreza.
Sus temáticas y estilo gravitaban principalmente sobre dos núcleos: el positivismo racionalista de J. Verne y el Gótico de Poe, Shelley y por supuesto (gran escritor del pulp) Lovecraft. Por eso, en este ‘movimiento literario’ (que solo ahora reconocemos como tal) uno puede esperar encontrarse tanto con científicos locos dispuestos a trascender el conocimiento humano, aunque para ellos signifique la muerte, como con exploradores audaces que no solo descubren nuevos mundos en los lugares menos sospechados, sino además los conquistan, en la medida en que llevan consigo la idea de civilización superior allá donde van. Muchas veces, un protagonista hombre llega a un lugar nuevo, y enfrenta su ideología y la expresión material de esa ideología (armas de fuego, sentido del honor, por ejemplo) con la de los nativos, y por supuesto gana. Otra temática muy desarrollada en la época fueron las historias invasiones alienígenas, lo cual no ha de sorprendernos, si reparamos en que eso era lo que estaba haciendo Europa en África durante el siglo XX; invadirla para explotar sus recursos.
Para comprender el pulp, debemos tener presente que el s. XVIII vino lleno de cambios y avances, tanto tecnológicos como sociales, y que, a pesar del miedo a ‘transgredir las leyes de Dios’, sustituyéndolas por las ‘leyes de la Humanidad’ (miedo expresado en la figura del, como decíamos, científico loco), la idea generalizada era que el progreso, igual que la evolución (Darwin publicó su famosa obra en el 1860) era unidireccional y por lo tanto, nos dirigíamos como especie hacia algo mejor. Las culturas africanas o indígenas no eran consideradas como una bifurcación, es decir, como una evolución paralela a la europea, sino que se creía que estaban en un punto menos desarrollado de la evolución lineal. Como una reliquia del pasado que por algún milagro se hubiese conservado intacta durante muchos, muchos años. Obviamente, estaban en un error. Un error que justificó verdaderas barbaridades. Sea como fuere, aquella perspectiva quedó obsoleta después de la Segunda Guerra Mundial. Primero, porque después de casos como Hiroshima quedó muy claro que los avances tecnológicos pueden destruir, tanto como construir (ténganse por ejemplos Hiroshima o las grandes construcciones e investigaciones nazis) y segundo, que, como dice el propio Asimov, ‘después de los excesos de Hitler, la gente se quedó sin ganas de ser racista’. Por lo tanto, se puede apreciar un claro cambio en la scifi a partir de los 40’, que daría paso definitivo a la Edad de Plata (superior en muchos aspectos, pero sin ese brillo particular del pulp).
Así pues, si somos capaces de dejar de lado la ingenuidad y una perspectiva etnocentrista y, las más de las veces, poco halagüeña para el género femenino, encontraremos en la producción pulp una puerta hacia una época en la que el futuro era percibido como un universo (nunca mejor dicho) lleno de posibilidades. Podremos huir durante un rato del miedo esquizoide y la falta de proyecto colectivo que caracterizan nuestro presente histórico y nuestra perspectiva del porvenir (no hace falta más que ver la gran cantidad de cyberpunk y distopía que se está comercializando). Y podremos asimismo introducirnos en una comunidad de escritores y editores mucho más potente y unida de cualquiera de las que le siguieron.
Sin embargo, no todos los escritores de este período tuvieron el honor de entrar en los anales de la historia de la literatura. Muchos se perdieron por el camino (el pulp estaba muy mal visto) y la mayoría con razón. Pero si esto te interesa, aquí van tres recomendaciones de relatos que marcaron una época e invitaron a miles de escritores a iniciarse en el género.
Submicroscópico- Captain S. P Meek. (1931, Amazing Stories)
Exponente del estilo racionalista de Verne, esta historia trata sobre un hombre que reduce su tamaño (probando, cómo no, un experimento) y encuentra un nuevo mundo en una mota de polvo. El personaje tiene una escopeta, y esto y su valor son lo único que necesita para hacerse dueño y señor del lugar, casarse con la princesa y convertirse en rey. Es un clásico, y la idea de reducir el tamaño ha inspirado numerosas historias (‘El increíble hombre menguante’, de Richard Matheson, por ejemplo), si bien es de las historias que peor ha envejecido, pues nuestra generación no digiere bien a las princesas indefensas o a los malos a los que se describe como ‘negros’ y ‘salvajes’. Sin embargo, vale la pena leerla por la cantidad de personajes actuales que se inspiraron en Courtney Edwards.
Tumithak de los corredores- Charles R. Tanner. (1932, Amazing Stories)
Otro clásico del pulp. Un grupo de alienígenas venusianos conocidos como ‘shelks’ han invadido el planeta Tierra, relegando a la humanidad a una existencia miserable en túneles subterráneos, donde, después de miles de años, se han convertido en ciudades precarias cuyos ciudadanos no conocen la luz del sol. Tumithak encuentra un libro muy antiguo que habla de otra época mejor, y decide ir a la superficie para matar un shelk y demostrar que no son dioses, sino criaturas mortales. El cuento (por lo menos el primero) es su viaje a través de los diferentes corredores (ciudades) y su enfrentamiento final con el monstruo. Lo mejor del relato es la construcción de este mundo planteado, es decir, las diversas formas en las que los humanos de diferentes túneles han adoptado para sobrevivir.
La era de la Luna- JackWilliamson. (1932, Wonder Stories)
Escrito como un relato gótico (personaje invitado por un familiar desconocido a una aventura, narrado en primera persona a modo de diario o memorias, experimento que no sale exactamente como debería, pero conduce a una gran revelación), la historia se centra en un viaje a través del espacio y el tiempo, hasta llegar a una época en la que la luna era habitable y estaba poblada de criaturas extrañas. Allí, el protagonista, conocerá diferentes especies en conflicto y deberá ayudar a la última de una gran raza (la ‘Madre’) a escapar de sus enemigos. Una especie de historia de amor velado, que se centra más en la conexión entre los dos personajes principales (un humano y una selenita) que en las expresiones literales del acto de amar.
A la pregunta de ‘¿Por qué leer pulp?’ que planteamos al inicio del artículo, respondemos con una frase de Asimov que nos servirá de conclusión:
. <Hojeando al azar, leí en ella (Uncertainty, de John Campbell): ‘Una lluvia de bombas atómicas alcanzó el metal protegido…’. ¡Ah sí! Los lectores de ciencia ficción estábamos evadiéndonos. El resto del mundo no se preocupó por bombas atómicas hasta nueve años más tarde>
Asimov, ‘La Edad de Oro de la ciencia ficción’, 1974.